"Estaba constantemente en busca de la selfie perfecta, y cuando me di cuenta de que no podía sacarla, quise morir. Perdí mis amigos, mi educación, mi salud y estuve a punto de perder mi vida", contó Danny en diálogo con The Daily Mirror.

Si bien su caso es extremo, los especialistas que lo trataron aseguran que este tipo de desórdenes creados por una obsesión por mostrar ante otros un determinado parámetro de belleza son cada vez más comunes.
Danny Bowman comenzó a sacarse selfies a los 15 años. A medida que subía sus fotos a su cuenta de Facebook, se interesaba cada vez más en los comentarios que recibía.
"La gente las comentaba, pero los niños pueden ser muy crueles. Una vez, uno me dijo que mi nariz era demasiado grande para mi cara y otro se la tomó con mi piel. Entonces empezé a sacarme más y más selfies para conseguir la aprobación de mi familia", dijo.
"Me sentía en el cielo cuando alguien escribía algo lindo, pero destruido cuando escribían algo malo", agregó.
Danny perdió el control luego de ser rechazado por una escuela de modelos, por no tener ni el cuerpo ni la piel indicados. La misma noche en que llegó a su casa tras el rechazo se miró al espejo del baño y se tomó una selfie.
Como no le gustó, se volvió a tomar otra. Sin darse cuenta, esa misma noche se había sacado cerca de 80, descartando todas porque en ninguna lucía como él pretendía.
Así dejó de ser un juego y se transformó en una obsesión. En su peor momento, llegó a pasar diez horas por día tomándose fotografías.
"La única cosa que me importaba -continuó- era llevar mi iPhone conmigo para poder satisfacer mi urgencia por tomarme una foto en cualquier momento del día"
Primero eran diez en la cama cuando se levantaba, luego diez más en el baño y otro tanto en la cocina. En el medio, pasaba horas mirándolas en busca de pequeños errores e imperfecciones.
La obsesión pasó rápidamente de la casa a la escuela, donde se escapaba de las clases para ir al baño a tomarse fotos. Como los profesores se daban cuenta de lo que hacía, y además llegaba tarde todos los días, empezó a visitar muy seguido la oficina del director.
Hasta que, a los 16 años, decidió dejar la escuela para dedicarse 100% a su locura por las selfies. Poco a poco fue dejando de comer y empezó a perder peso. A pesar de haber bajado casi diez kilos en pocos meses, seguía viéndose gordo en las fotos.
Finalmente un día, cansado de que no le gustara ninguna de las fotos que se sacaba, intentó suicidarse con una sobredosis de somníferos. Se salvó porque su madre lo encontró minutos más tarde.
Entonces lo internaron en una clínica psiquiátrica. Allí le enseñaron a dejar su adicción.Primero le sacaban el teléfono durante diez minutos. Luego durante media hora. Y así hasta que Danny aprendió a vivir sin autofotos, tras dos años de adicción.
Hace siete meses que no se toman una selfie. "Parece muy trivial, pero es precisamente eso lo que lo hace tan peligroso. Casi me quita la vida. Pero sobreviví y estoy decidido a no volver a caer a ese lugar", concluye Danny.

Agencias

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