HONG KONG. El paraguas, que ha servido de escudo contra el gas pimienta de la Policía china en las manifestaciones de Hong Kong, se ha convertido en un símbolo de la forma pacífica en que se desarrollan las protestas en la ciudad.
Están en cada esquina y sus usos son múltiples: a modo de sombrilla para combatir el sofocante calor, de refugio ante las lluvias que caen sin previo aviso en esta isla de clima tropical o como pancartas, con eslóganes en diversos idiomas que llaman al mundo a hacerse eco de la "revolución de los paraguas".
Los parasoles fueron el refugio de los manifestantes durante la violencia policial que se vivió el pasado fin de semana, pero también su posterior fuerza.
La imagen de una hilera de paraguas tras los que se protegían los estudiantes los gases lacrimógenos corrió como la pólvora en Hong Kong y despertó el enfado de muchos, jóvenes y adultos, que decidieron ponerse en pie y defender a sus conciudadanos, hijos o compañeros.
Se produjo entonces un punto de inflexión, cuando la represión atrajo a más personas y cuando se bautizó al movimiento haciendo alusión al improvisado escudo de los estudiantes, un ejemplo más de la organización que muestran cada día en las calles.
Y es que los paraguas ya estaban allí antes de que la Policía lanzara los gases. "Fue gracias a un foro que utilizamos, creado hace mucho tiempo, en el que alguien aconsejó que debíamos traer paraguas. Supimos entonces que era un infiltrado de la Policía y le hicimos caso", explica Harry, un profesor de una escuela de educación superior, mientras se esconde de los rayos del sol bajo un parasol negro en el que se lee: "Apóyanos".
Las redes sociales son también claves en la rebelión que se vive en Hong Kong, que sigue la estela de otras protestas.
La extensa de red de distribución de máscaras, alimentos, bebidas, remedios contra el calor como toallas húmedas o parches de frío japoneses responde a una lista de peticiones que se van subiendo a internet a través de aplicaciones como documentos de Google o en páginas de Facebook, que, a diferencia del resto de China, aquí no están censuradas.
En la red social por excelencia, los hongkoneses son los más activos y, a través de sus teléfonos móviles de última generación, han conseguido atraer a 2.000 voluntarios, estudiantes de medicina o enfermería, para que acudan a levantar puestos de primeros auxilios.
Muchos de los jóvenes que se ubican en ellos ni siquiera se posicionan sobre temas políticos y se limitan a explicar que vienen a "ayudar".
La actitud reinante, siempre mirando por el prójimo, ya sea para auxiliar a un local o tender una mano a un extranjero tratando de saltar una valla, es ejemplar y cualquier crítica al movimiento es aceptada y seguida de una acción para solucionarla.
Ha ocurrido con el tema de la basura, que ahora se recicla minuciosamente, o con las quejas de los vecinos sobre las pérdidas económicas que provocará la protesta, que intentan paliar con muchas explicaciones.
"Pierden hoy, pero ganarán mañana", explica una estudiante de Filosofía de 30 años, mientras camina hacia casa tras pasar la noche al raso junto a compañeros y amigos en una de las calles ocupadas, tendidos sobre cartones y comiendo galletas que les ofrecieron voluntarios.
Hasta ahora, las protestas han tenido dos caras: la diurna, cuando el número de gente es menor, y la nocturna, cuando se han llegado a aglomerar cientos de miles de personas, a la salida de sus correspondientes clases o trabajos.
Aunque la manifestación sea organizada, tenga símbolo y un nombre, no posee un líder claro, sino distintas voces.
Convergen en su objetivo, concienciar a la ciudadanía de su derecho a voto, pero ya se ha producido alguna división de opiniones que, como auguran analistas como Maya Wang de Human Rights Watch, puede hacer que la revolución de los paraguas acabe fracasando.
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